EL JARDÍN DE JACOBSON
- Vamos a probar algo nuevo, ya que por lo que me cuentas está claro que lo del
martes pasado no acabó de funcionar -me informa la terapeuta-. Hoy haremos un
ejercicio de relajación. Sentado tal como estás… mejor ponte un poco más a la
derecha que tendrás que estirar las piernas cuando te avise. Así, muy bien,
ahora cierra los ojos y sigue mis instrucciones, por favor.
- De acuerdo.
Cierro
obedientemente los ojos mientras espero nuevas instrucciones.
- Primero aprieta
la frente lo más fuerte que puedas y ahora... relájala.
Lo hago sin demasiada
convicción, no me convencen estos jueguecitos psicológicos, incluso creo que a
veces son hasta contraproducentes... Aunque no la veo, sospecho que la
terapeuta, con sus ojos bien abiertos, se ha dado cuenta de mi desmotivación,
porque me explica con afán de convencerme:
- Se trata del método de relajación
de Jacobson, aunque al final yo lo mezclo con un ejercicio de visualización. Si
se hace con regularidad los resultados son sorprendentes. Ahora aprieta los
párpados todo lo que puedas y cuando te diga, los relajas.
Sigo sus indicaciones
al pie de la letra, aún sin demasiado convencimiento, pero como pago por esto, y
no precisamente poco, intento hacerlo lo mejor que puedo. Quizá esta nueva
técnica sea por fin la que consiga sacar la mejor versión de mí mismo, como le
gusta decir a ella. A los párpados le siguen la mandíbula, los labios, y el
cuello. Apretar y relajar. Cuando llegan los brazos se ve que ni la mejor
versión de mí mismo no lo hace bien, por lo que me solicita que abra los ojos.
-
Ves, así -me muestra.
Vuelvo a cerrar los ojos y aprieto un puño como lo ha
hecho ella.
- Muy bien, Daniel, así es.
- Es David.
- Uy, perdona, es que mi
hijo se llama Daniel.
Aún no se sabe mi nombre, cuando es el cuarto martes o
quinto, ya he perdido la cuenta, que vengo. En fin, suelto, aprieto el otro
puño, me aburro, suelto. Y ahora las piernas. Primero la derecha… luego la
izquierda y esto ya debe estar por fin.
- Pasemos a la parte de la
visualización, David.
Oh, cierto, la visualización, ya se me había olvidado. A
ver de qué trata.
- Imagina que bajas tres escalones -me indica-. Una vez
descendidos te encontrarás una puerta cerrada. Primero baja un escalón,
luego el otro.
Visualizo los tres escalones y se parecen mucho a los que he
subido antes para llegar a la consulta. Tampoco esto me entusiasma pero al menos
no tengo que apretar y relajar nada, me puedo estar quietecito.
- Y por fin el
último escalón. Te encuentras una puerta cerrada, pero tú tienes la llave. Abre
con ella y descubrirás que tras la puerta se escondía un jardín. Una cosa
-puntualiza, cambiando el tono-. Importante. Cuando imaginas algo lo puedes ver
de dos modos: externo o interno. Externo es cuando te ves ahí, en el jardín,
como en una escena de un cuadro, e interno es cuando ves lo que ven tus ojos, lo
observas todo bajo tu punto de vista. Pues bien, de manera interna es como
deberías hacer este ejercicio para que experimentes a la larga un gran cambio
biológico.
Un gran cambio biológico dice. A veces su entusiasmo me deja
perplejo. El caso es que ya lo estaba haciendo mal. Intento esa forma interna y
no es tan fácil como parece.
-Sigamos. Entras al jardín, miras a tu izquierda,
dime ¿qué ves a tu izquierda?
¿Qué veo a mi izquierda? Pues no sé. ¿Qué hay en
los jardines? Plantas.
- Plantas.
- Procura ser un poco más específico. ¿Qué
plantas ves?
- Un jazmín.
Me gusta el olor a jazmín. A veces voy por alguna
calle y huelo a jazmín, entonces lo busco con la mirada y suelo encontrarlo.
Supongo que es porque en la pequeña terraza de casa de mis padres siempre ha
habido jazmín. De pequeño jugaba a retorcer las flores, como intentando hacer
colonia de jazmín. Me ha venido este bonito recuerdo de la infancia, pero no lo
puedo disfrutar porque quiere más.
- Y cuéntame, David. ¿Qué más hay? Porque un
jardín con solo un jazmín sería muy pobre.
Observo que ahora que se lo ha
aprendido, repite mucho mi nombre. Debe ser alguna técnica de algún manual para
que baje las defensas o algo así. Seguro. ¿Qué más hay, qué más hay…?
- Unos
bonsáis.
¿Unos bonsáis? ahora sí que he dicho una tontería bien gorda, jazmín y
bonsáis como que no pegan.
- Muy bien, y... ¿qué más?
¿Más? ¿No hay suficiente? Es
insaciable. Estoy a punto de decir un cactus, pero parecerá que no tengo
imaginación más que para nombrar plantas.
- Un riachuelo.
Quiero decir un
pequeño riachuelo, me digo a mi mismo, aunque a ella no se lo aclaro. Tampoco
pregunta.
- Muy bien. Escucha el riachuelo, huele la fragancia del jazmín,
acaricia con la punta de tus dedos los bonsais, tienes que poner tus cinco
sentidos en este ejercicio.
- De acuerdo -digo, aunque me parece más bien
imposible sentir todas esas cosas a la vez.
- Ahora miras a tu derecha, ¿qué hay
a tu derecha?
- Un pozo. Pero un pozo muy bonito -aclaro, pues no quiero que
piense que es un pozo en el que vaya a caer nadie y saque conclusiones raras-.
Así como antiguo -añado-, como los que salen en el tablero del juego de la oca.
- ¿Qué más?
No se me ocurre nada más… espera, sí.
- Una fuente.
- Un riachuelo,
un pozo, una fuente… te gusta lo fluvial.
No había caído, es cierto. Ya tardaba
en sacar su conclusión rara.
- ¿Y hay césped?
- Sí, y voy descalzo.
Me encanta
andar descalzo por el césped, aunque supongo que a todo el mundo le encanta.
-
¿Sientes el césped acariciando la planta de tus pies?
- Sí, es una sensación muy
agradable.
Y es cierto, por un momento he sentido por fin algo: el césped
acariciando la planta de mis pies. Ha sido tan magnífico como breve. Al pensar
en ello, se ha desvanecido la sensación. Será por el autosabotaje que me
infrinjo del que me habló el otro martes.
- ¿Brilla el sol? ¿Hace calor?
- Sí,
hace calor, pero agradable, creo que me voy a quitar la camiseta.
Aunque sigo
con los ojos cerrados, noto cierta incomodidad en el ambiente por mi comentario,
del todo inocente, así que aclaro:
- Pero ficticiamente, además eso es todo lo
que me voy a quitar.
Lo he querido arreglar y ha sido aún peor. Escucho una
carcajada ahogada porque no querrá que piense que se ríe de mí, pero no me
importa, lo de quitarse la camiseta, aunque ficticiamente, ha sido una
estupidez.
- Muy bien, te sientes relajado, sintiendo los rayos del sol en tu
frente, en tus mejillas, y en tu torso desnudo. ¿Qué más sientes? No te olvides
de poner los cinco sentidos en esta experiencia.
Para mi sorpresa, ahora huelo
de verdad el jazmín ¡qué olor más agradable! Los bonsáis ya no están, no fueron
una buena elección, así que los he cambiado por unos pequeños helechos que
tienen algo de escarcha, aunque la temperatura en el jardín es ideal, es como
escarcha de atrezo, y ahora noto de verdad, antes lo dije pero no era del todo
cierto, esos rayos de sol en mi frente, en mis mejillas y en mi torso, ¡Qué bien
sientan!
- Cuando te sientas preparado debemos cerrar la puerta y regresar.
No
respondo, no quiero regresar. Me gustaría beber de la fuente, pero me conformo
con mojarme las manos. Miro hacia el interior del pozo y veo mi reflejo, me veo
con buen aspecto, más joven de lo que soy ahora, y me atuso el pelo. Noto que
algo se desliza sobre mis pies descalzos.
- ¡Anda! -exclamo en voz alta.
- ¿Qué?
-pregunta la terapeuta con curiosidad.
- ¡Un cachorrito! ¡Hola cachorrito!
-
¡Qué bien! -dice ella, y noto por la voz que duda si va en serio o estoy de
broma.
Yo también lo dudo, al primer momento ha sido en serio pero al escucharme
a mí mismo me parece una broma. Para acabar con este momento extraño digo:
-
Preparado para volver.
- Muy bien. Cierra la puerta y sube lentamente las
escaleras, David. Un escalón, el otro, el tercero… y ya puedes abrir los ojos
cuando quieras.
Abro los ojos y sucede algo que no me esperaba en absoluto. Sigo
en la consulta, sí, pero podría haberlos abierto y aparecer en cualquier lugar
sin que me hubiera sorprendido un ápice, de ahí mi sorpresa. Por un momento lo
real fue el jardín, y lo imaginado esto, la consulta, o cualquier otro lugar en
el que hubiera aparecido. Pero ha sido solo por un momento, breve e intenso.
-
Podrás volver siempre que quieras al jardín -me dice-. Cuando sientas que te
viene un ataque de ira, cierra aunque sea un instante los ojos y vuelve a tu
jardín. Siempre lo tienes ahí, a mano... Y esto es todo por hoy.
Por la ira, no
me ha gustado que me lo recuerde, pero por mis ataques de ira descontrolados
estoy aquí. Pago en efectivo porque no me gustaría ver en el extracto de la
tarjeta bancaria lo que pago por esto, aunque el precio a fin de cuentas sea el
mismo. Me despido hasta el martes próximo a la misma hora. Bajo los escalones y
me fijo que son algo diferentes a los que he visualizado. Me gustan más los que
llevan a mi jardín.
Al salir a la calle, mientras camino hacia la estación de
metro, me siento raro, pero no le doy importancia porque siempre que salgo de
consulta me ocurre. Llega el metro, subo al vagón del medio, y por suerte no hay
demasiada gente y consigo asiento. Sin embargo, a la parada siguiente, sube un
enjambre de adolescentes que se acercan demasiado a mi sitio y no puedo evitar
ponerme en tensión. Estoy a punto de increpar a uno que ya me ha pisado dos
veces, pero entonces se me ocurre cerrar los ojos y volver al jardín. Han
crecido dos palmeras enormes desde la última vez, no hace ni media hora, y
alguien ha colocado una hamaca entre ambos troncos. No dudo ni por un segundo en
tumbarme en la hamaca y el balanceo ligero me da mucha paz y tranquilidad, con
la mano suelta acaricio el césped cortado a cepillo como en los greens de los
campos de golf, ¡qué sensación más agradable! Cuando vuelvo a abrir los ojos ya
es mi parada y los molestos adolescentes no están.
En casa me espera mi mujer,
que me recuerda que mañana cenamos en casa de su madre. Cierro los ojos y vuelvo
al jardín. Mi hijo adolescente quiere que le compre un teléfono nuevo aunque el
que tiene aún sirve. Cierro los ojos de nuevo de vuelta al jardín.
Al día
siguiente, en la oficina, visito el jardín hasta en tres ocasiones por la
mañana. Dos a la tarde. Cada vez está más completo. Hay dos cachorros de tigre,
sí, de tigre, y muchos árboles. Es como cinco veces más grande que la primera
vez que lo pisé.
En los siguientes días paso más tiempo en el jardín que en la
llamada vida real. Siempre me entristece cerrar la puerta y subir los tres
escalones.
El martes siguiente, que debería ir a una nueva sesión, la terapeuta
me la cancela a última hora alegando enfermedad. Me molesta sin motivo, pues
tiene el mismo derecho a enfermar que los demás, así que cierro los ojos y
vuelvo al jardín para relajarme. Tenemos un lago artificial con delfines, pavos
reales que se pavonean, como debe ser, monos pequeños muy divertidos, y hasta
una secuoya gigante… Llego a lo que debe ser el final del jardín, que por tamaño
podría ser un parque, y descubro que hay otra puerta idéntica a la de entrada.
Si la otra puerta es la de entrada, ésta debe ser la de salida. No me atrevo a
franquearla esta vez, ni siquiera sé si se abrirá con la misma llave, aunque al
ser una llave imaginada debería. Cuando regreso al mundo real cada vez recibo
más quejas de mi mujer, de mi hijo y de los compañeros de trabajo por hallarme
tan ausente, aunque por otro lado todos están contentos conmigo porque ya no
tengo ataques de ira, pero ahora me quieren presente. Siento que siempre les
decepcionaré. La terapeuta me ha enviado un mensaje preguntando por qué no fui a
la última sesión, ¿pero qué día es hoy? Cuando lo averiguo me asombro. Cierro
los ojos y vuelvo a mi inmenso jardín una vez más,, pero esta vez he tomado una
determinación: no les voy a decepcionar más. Hoy será el día en el que saldré
por la otra puerta. La llave funciona. Cierro esa otra puerta, subo esos otros
tres escalones y aparezco en mi casa; sé que es mi casa pero es otra casa, y
aquí convivo con otra mujer, tengo dos hijas más pequeñas y otro trabajo que me
gusta más. Desde este otro lado, decido tirar la llave y nunca más bajar los
tres escalones que llevan de regreso al jardín. Queda clausurado porque ya no lo
necesito. Ni a la terapeuta, donde quiera que esté, siempre agradecido por
mostrarme el camino. .
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