COSECHA VERDE (un extracto)
COSECHA VERDE
“Un cambio de actitud lo cambiaría todo”
DAVID LYNCH
“Breathe, motherfucker!”
WIM HOF
ÍNDICE
1. La prueba del luminol
2. La importancia de los ritmos circadianos
3. El jinete y el elefante; dos cerebros en uno
4. El minimalismo como forma de vida
5. La paradoja de Stockdale
6. La navaja de Ockham
7. El poder de las kettlebells
8. El efecto Roseto
9. Beneficios del ayuno intermitente
10. Gafas bloqueadoras de luz azul
11. Los radicales libres
12. Shinrin Yoku
13. Chin Mudra
14. Sugar blues
15. Edén Zen
16. Ad astra per aspera
17. Coherencia cardíaca
18. El experimento de la prisión de Stanford
19. El caso de Kitty Genovese
20. El método Wim Hof
21. El palacio de la memoria
22..Cuerpos cetónicos
23. Crecimiento postraumático
24. Los doce pasos del viaje del héroe
1. LA PRUEBA DEL LUMINOL
Me estaba preparando un batido de remolacha, naranja y zanahoria, una auténtica bomba de ácido nitroso ideal para ingerir un par de horas antes del entreno, cuando sonó el teléfono. Los que me conocen bien saben que tardo mucho en responder mensajes porque no me gusta perder el tiempo así que, cuando creen que tienen algo importante que decir, me llaman. Pero suele ser importante para ellos, no para mí, por lo que lo dejé sonar mientras añadía a mi brebaje una cucharadita de miel para endulzarlo. El teléfono seguía sonando. O lo atendía o no podría tomarme el mejunje en paz. Tanta insistencia... no podía ser otra que mi secretaria.
Dime.
¡Ya era hora!
Me pillaste en el baño -mentí.
Escucha con atención: tenemos una posible cliente.
¿Cliente o clienta?
Ambas son válidas, ignorante.
Me refería a si es hombre o mujer -aclaré.
Es una mujer que no quiere ir al despacho. Dice que prefiere que la llames para concertar la cita en un restaurante y allí te contará su caso mientras cenáis.
¡Qué extravagancia! No sé si es buena idea mezclar negocios y placer.
Si hasta ha escogido ya el restaurante: el Delights - me informó.
¿Ese antro cochambroso? Entonces solo serán negocios. Poco placer me ofrecerá su comida basura, aparte de ser carísimo.
Ya he informado a la cliente de que deberá hacerse cargo de la cuenta. Ha aceptado.
Quien aún no ha aceptado soy yo -informé.
¡Para rechazar casos estamos! Toma nota de sus datos: se llama Atlama Dulle, aunque no tiene acento extranjero.
Atlama Dulle, me lo tuvo que deletrear, a todas luces un nombre inventado. ¿Una cita en ese malsano restaurante? Me pareció tan extraño que debería haberme negado de buen principio, pero era bien cierto que no andaba el negocio tan boyante como para ponerse exigente. Anoté su teléfono y me dispuse a finalizar la llamada, pero mi secretaria aún guardaba cosas por decir:
Llámala ya, no lo dejes para más tarde.
Eso iba a hacer, si me dejas.
Llámala Inmediatamente después de terminar esta conversación, zoquete. Para la cena ponte la camisa gris que te regalé por tu cumpleaños. Imagino que debe estar aún por estrenar -apuntó, y acertó-. Ni se te ocurra llevar esa camiseta horrible con la inscripción Paleo. Ya sabes, la que usas siempre.
Tengo muchas iguales en diferentes colores -aclaré-. Así no tengo que perder el tiempo pensando que me pongo; como hace Mark Zuckerberg, o como hacían Steve Jobs, Tom Wolfe o Albert Einstein.
Pero, alma de cántaro, como mínimo perderás tiempo eligiendo el color.
Como algo de razón llevaba, callé y dejé que siguiera hablando.
Antes de irte, no olvides encerrar a Rocky en la habitación para que deje en paz a Kittenbell. Bien sabes que se llevan como el perro y el gato.
¡Qué graciosa eres cuando quieres!
¡Más que tú, desaborido! Lo dicho, encierra al perro peleón y así no molestará a la gatita. Y esto es todo lo que tenía que decirte. Ahora ya puedes llamar a la cliente.
Al nombre de Kittenbell atendía mi gata persa, una preciosidad tranquila y mimosa; y al de Rocky ladraba un bóxer juguetón, todo energía y un poco pesado a veces. Decidí tener mascota por las propiedades psicológicas que se le atribuye. Primero fue el perro; por la fidelidad, la compañía y la responsabilidad que conlleva la obligación de sacarlo a pasear a diario, lo que te compromete a adoptar hábitos saludables como caminar o salir al exterior y exponerte a los beneficiosos rayos del sol a primera hora de la mañana. Luego vino la gata, que fue todo lo que me dejó mi última novia cuando decidió abandonar el país y, de paso, a mí también. Alegó que como yo la había convencido de poner al minino aquel espantoso nombre, según su parecer, ahora que ella no podía cargar con el felino me correspondía su cuidado. Aunque lo acepté por el motivo egoísta de los beneficios psicológicos que obtendría con su cuidado y por el reto que supondría su convivencia con el perro, enseguida sentí amor incondicional por esa ricura que es Kittenbell, como también siento ese tipo de amor por Rocky, que ya no es ese adorable cachorro que era cuando llegó a mi vida sino un joven tan inquieto como latoso. Ahora mismo, intuyendo que hablábamos de él, entró a mi despacho con una pelota de tenis en la boca pretendiendo que se la lanzara.
¡Ahora no, pelma!
¡Pelma tú, desgraciado!
No te lo digo a ti, se lo digo a Rocky -aclaré-. Deberías tener también un perro. Acariciándolo liberarías oxitocina.
¿Qué me has llamado? -preguntó indignada.
¡Nada! Solo he dicho que la hormona oxitocina te haría sentir bien. Y no te preocupes, encerraré al perro.
Antes de finalizar la llamada, añadí con cierta sorna:
Bien pensado, más que como el perro y el gato, se llevan como hermanos.
Precisamente por eso, tarado, porque se llevan como hermanos.
Y colgó. Cuando el negocio despegue, contrataré a una secretaria de verdad, pues que ocupe el cargo Clara, mi hermana mayor, es un auténtico dolor de muelas. También necesito ganar pasta para trabajar en un despacho real y no en una habitación diminuta de mi apartamento. Miré mi reloj de pulsera. Ya llevaba caminados más de dieciocho mil pasos ese día, pero no me interesaba ese dato, sino saber la hora exacta. “Adiós entrenamiento dentro de dos horas” -me dije mientras saboreaba el batido. Tras la ingesta, tocaba limpiar todos los elementos implicados en su elaboración. Cuando me ocupo de los restos de un batido que incluye remolacha tengo la sensación de estar limpiando la escena de un crimen por el parecido en textura y color de la remolacha con la sangre. Al igual que esta, lo mancha todo de un modo obsceno. Por ese motivo, lo hice con mucho esmero. No quería dejar ninguna evidencia para cuando llegara la científica.
Llamaron al timbre. Ya estaban aquí. Me interrogaron y no me sonsacaron nada. “No, señor, no tengo noticia de ningún batido de remolacha, naranja y zanahoria por la zona, pero si el autor anda suelto, espero que atrapen pronto a ese hijo de puta”. “¿Y cómo sabes que es un autor y no varios?” -quiso saber el agente al mando de la Operación Remolacha. “No lo sé” -respondí intuyendo que se trataba de una trampa. “Vamos a proceder a la prueba del luminol” -me informó a continuación. “Seguro que lo has visto en CSI: Las Vegas” -añadió, y no se equivocaba. “Proceda, agente” -le dije en un tono con el que quería dotar de seguridad a mis palabras. “Si eres inocente, como dices, puedes estar bien tranquilo pero, tras aplicar este compuesto químico, si existe alguna traza de remolacha, por mucho que lo hayas lavado a conciencia con el mejor de los productos, la evidencia siempre quedará ahí y el luminol reaccionará emitiendo una fulgente y delatora luz azul y en ese caso, amigo, no nos quedará otra opción que esposarte y llevarte preso. ¡La quimioluminiscencia nunca miente!”. Pero estaba limpiando tan a fondo la batidora y el resto de utensilios que ni la más leve luz azul resplandeció. Sonreí triunfante y los de la científica marcharon de mi apartamento con el rabo entre las piernas. “Qué tengan un buen día, agentes”.
No, no vino ninguna unidad de la policía científica a mi apartamento a investigar el sanguinario caso de un batido de remolacha, naranja y zanahoria. Aplico este tipo de técnicas fantasiosas como motivación y, de este modo, consigo transformar tareas tediosas en apasionantes. Cuando terminé mi minucioso trabajo, llamé a la tal Atlama Dulle. Tardó en atenderme, en eso se parecía a mí, y cuando lo hizo me respondió una voz sensual. De entrada fue muy amable, pero no duraría mucho esa amabilidad. Pretendía quedar para cenar a las diez de la noche, pero yo no iba a romper mis ritmos circadianos por una bonita voz.
A esa hora empiezo mis rutinas enfocadas a preparar el descanso nocturno -le informé-: apagar pantallas, escribir en mi diario de gratitud, veinte minutos de meditación, lavarme los dientes, oscuridad total... ¡y a dormir como un tronco!
¿Y cuándo te diviertes? -me preguntó.
Mientras lo hago -respondí tajante.
Entonces le propuse encontrarnos a las siete y ella respondió alzando ligeramente la voz, que le salió algo aguda:
¡Pero si a esa hora ni han abierto los restaurantes! Un buen detective debería saberlo.
Entonces a las siete y media -negocié.
El detective que vaya a las siete y media que yo apareceré a las ocho.
No estaba mal, le había regateado un par de horas y con la hora perdida en la negociación me daría tiempo a entrenar en el momento justo para que los nitratos del batido, ya convertidos en nitritos, hicieran su magia. Acepté las ocho e intenté que, como reconocimiento a mi flexibilidad horaria, cambiara el restaurante seleccionado, el Delights, una pocilga donde sirven alimentos rebosantes de grasas hidrogenadas cocinados con insalubres aceites refinados, y le sugerí un restaurante que solía frecuentar. Mi sugerencia hizo que se le volviera a atiplar la voz:
¡Soy una señorita, no un conejo! No pienso cenar lechugas en un vegetariano.
No me quedó otra que ceder aquí también, demasiadas concesiones, pero recordé que ella se encargaría de la cuenta; negocios y no placer. De todos modos, me costaría encontrar algo que fuera comida real y no un producto ultraprocesado en el Delights. Dudaba hasta que tuvieran menú libre de gluten. No es que sea celíaco, es para que os hagáis una idea de la clase de cuchitril al que me enfrentaría esa noche. Tampoco os equivoquéis conmigo, no padezco ortorexia, la obsesión por la comida sana. Soy de los que piensan que es mejor cenar un sábado por la noche pizza con unos buenos amigos en un dudoso establecimiento de comida rápida que un perfecto brócoli en la soledad del hogar. Como bien dijo Voltaire "Lo perfecto es enemigo de lo bueno". Digamos que no soy de los que pedirían, si se diera tal circunstancia, una ensalada, una pechuga de pollo a la plancha y una manzana como última cena en el corredor de la muerte. Está bien darse un capricho de vez en cuando, pero la comida que servían en el Delights no eran caprichos, sino despojos. Como dice un amigo mío que profesa la religión musulmana: “si he de pecar, que sea con jamón del bueno”.
Aproveché el tiempo del que disponía hasta el entreno para hacer veinte minutos de meditación y escribir en mi diario de gratitud dando las gracias a las expectativas de ingresos que se abrían por el caso, a las buenas gentes que sembraron y recogieron las remolachas, las naranjas y las zanahorias, y a las abejas que almacenaron la sabrosa miel. El diario y la meditación forman parte, como le dije a Atlama Dulle, de mi rutina de sueño, pero lo adelanté porque mi intuición me decía que aquella noche me iba a faltar el tiempo. A continuación, hice una rutina de ejercicios consistente en tres series de diez dominadas, treinta flexiones, treinta sentadillas y cincuenta abdominales; algo ligero para no llegar agotado a la cita.
2. LA IMPORTANCIA DE LOS RITMOS CIRCADIANOS
Llegué a propósito quince minutos tarde a la cita y me senté a esperar en un taburete de la barra del restaurante. No había rastro de la chica ni lo habría hasta quince minutos después, cuando mi reloj indicaba que había superado los veinte mil pasos diarios y también las ocho y media de la noche, justo como había calculado.
Solo verla supe que era ella. Calzaba unos tacones finos y afilados que le daban un aire esbelto y un dolor crónico de espalda en un futuro no muy lejano. Poseía lo que coloquialmente se conoce como una boquita de piñón; bonita… y pequeña como para que con facilidad la lengua, la úvula y los demás tejidos obstruyan el flujo del aire. Sus labios rosa brillante eran muy besables si evitabas pensar que esa coloración se conseguía mezclando en el pintalabios pigmentos rojos con dióxido de titanio, y que esos brillos nacarados se obtenían al recubrirlo con unas pequeñas láminas de mica; al menos esperaba que el pintalabios no hubiera sido testado en animales. Tenía un encantador tono blanquecino de piel que contrastaba con el rojo de su vestido, pero que también delataba una preocupante falta de Vitamina D, la vitamina de la luz del sol, que en su caso estaría justificado suplementar con una dosis diaria de dos mil unidades internacionales en los meses con poco sol. Sin duda a mi cita le gustaba más la noche que el día y por ello no debería tomar el sol en una dosis adecuada fuera de la temporada estival, cuando con toda probabilidad lo haría en exceso. Una hermosa ave nocturna de belleza exótica, como las lechuzas, con unos bonitos ojos verdes y una inigualable melena rubia. Una monada de piernas largas y telómeros cortos, me temo. La longitud de los telómeros, los extremos de los cromosomas, son un indicador de la esperanza de vida y, adivinando su estilo de vida, la mala vida en general los acorta, no parecía buena idea envejecer a su lado. No quería ni imaginar la toxicidad a nivel celular que escondía ese precioso cuerpo. Me levanté y me acerqué:
¿Miss Dulle?
Llámame Atlama.
Y ahí estábamos: una mujer con un vestido rojo y un hombre con una camisa gris. El camarero nos guio hacia nuestra mesa. Una vez aposentados, Atlama rompió el hielo comentando que no tenía demasiado apetito e insistió en que aquella le parecía una hora temprana para cenar, lo que aproveché para hablarle de la importancia de respetar nuestros ritmos circadianos internos, ya que la mayoría de los problemas de sueño que sufre la humanidad son fruto de la desregulación de dichos ritmos. Todos nosotros tenemos un reloj interno que, entre otras cosas, controla la secreción de hormonas como la melatonina, necesaria para un sueño reparador. Lo cierto es que, a pesar de la indudable importancia de los ritmos circadianos, no logré mantener la atención de Atlama ni medio minuto, así que apenas llegué a comentar que era importante para sincronizarlos mantener un ritmo regular en las comidas y que cenar pronto mejora el metabolismo. Pero se quedaron en el tintero cosas como lo beneficioso de exponerse a una luz intensa por la mañana o evitar en la medida de lo posible la luz artificial una vez ha anochecido. Cambié de tema y le pregunté a quemarropa por el caso que nos había llevado hasta ese turbio lugar, pero me dijo que ya habría tiempo para eso en la sobremesa, cuando nos conociéramos mejor. Aproveché su comentario para proponerle un juego para conocernos mejor mientras esperábamos el primer plato. La idea le causó entusiasmo… hasta que entré en detalles:
Se trata de un test diseñado por mí para medir el estado de ánimo.
Un test no es ningún juego -protestó.
Eso no lo podía negar. Se me había ocurrido la idea del test hacía poco, tras leer un libro del psiquiatra David D. Burns. Estaba deseando probarlo con alguien que no fuera mi hermana secretaria.
Lo llamo provisionalmente Test del abecedario de la terapia cognitivo-conductual -informé.
Suerte que es provisional -dijo con sorna-. ¿Terapia de la qué?
Cognitivo-conductual -repetí-. Cognitivo es una manera elegante de decir pensamiento y conductual viene, como bien habrás deducido, chica lista, de conducta. Se trata de una terapia muy útil para tratar problemas de salud mental.
¿Qué insinúas?
No insinúo nada -aseguré-. ¡Probemos! Me ayudará a conocerte mejor. Eres un gran enigma para mí, como yo lo debo ser para ti.
¡Todo un misterio! -ironizó.
Los enigmas se resuelven, los misterios no -apunté con brillantez, aunque no pareció impresionada, por lo que proseguí con mi test-. Con cada letra del abecedario, dime palabras con un claro sesgo positivo pero sin darle demasiadas vueltas; la primera que te venga a la cabeza. Desecha las negativas, que con toda probabilidad tu cerebro tenderá a priorizar, y dime la primera palabra de sesgo positivo que aparezca en tus pensamientos. Por ejemplo, en mi caso serían: A de Asertividad, B de Bienestar, C de Capacidad…
Muy bien, pues las mías son: A de Alcohol, B de Bebida, C de Copa…
He dicho cosas positivas, no problemas de adicción -interrumpí.
A mí me ponen alegre.
¿Te importaría seguir un poco más en serio? -le rogué.
De acuerdo, para que me vayas conociendo mejor: D de Dinero, E de Efectivo…
F de Fin -corté sin miramientos, pues reconozco que no me gustó que la rubia también se tomara el test a guasa, tal como había hecho mi hermana secretaria.
El test no había funcionado del todo, pero me había proporcionado cierta información valiosa como que aquella mujer no se tomaba las cosas demasiado en serio. A continuación, le extendí mi tarjeta para que viera que éramos una agencia de detectives importante. La leyó en voz alta:
Raul F. de Food Inv. ¿Qué es Inv.?
Investigador. Mi profesión, ya sabes, es investigador privado. Y mi hobby es la salud. Mientras todo el mundo habla de enfermedad, yo hablo de salud.
¿Y no has probado con los puzles?
Hacer puzles se podría considerar, en cierto modo, una actividad de flujo para calmar la mente, pero sabía que Atlama no lo había dicho con tal intención, así que opté por no responder. Ante el castigo de mi silencio de samurái me lanzó otra cuestión menos impertinente.
¿Y Food es tu apellido?
Como no me gusta mentir, no dije nada, solo asentí con la cabeza. Si ella decía apellidarse Dulle, ¿por qué no podía ser mi apellido Food? En las redes sociales soy conocido como Raúl Food. Lo elegí porque Raúl es mi nombre de pila, mi apellido verdadero empieza también por efe y todo junto suena a Real Food, comida real en inglés, y no la bazofia que engulliríamos aquella noche.
La rubia se había empecinado en que compartiéramos una botella de vino del caro, pese a asegurarle que yo era casi abstemio.
Si dicen que tomarte una copita de vino es saludable, imagínate lo sano que debe ser beberte la botella entera -dijo para tratar de convencerme.
Cedí a su capricho pero no porque me convenciera su absurda lógica que ya partía de una premisa falsa, sino que bebí unos tragos como dosis hormética. La hormesis es el proceso por el que nos exponemos a una mínima dosis de algo que es perjudicial en altas dosis y con ello obtenemos una respuesta adaptativa y un efecto beneficioso en el organismo. Como dijo Teofrasto Paracelso “la dosis hace el veneno”. Al final se acabaría bebiendo ella el exceso de veneno que no ingerí de mi copa una vez dio buena cuenta del resto de la botella. Durante la cena, Atlama me contó algunas anécdotas divertidas de su vida, pero nada sobre el caso por el que requería de mis servicios, a pesar de que insistí varias veces en el tema. Como observé que mi cita engullía la comida sin apenas masticarla, le comenté lo esencial que es para la salud y el bienestar masticar bien los alimentos para mejorar la digestión, para activar la señal de saciedad, indispensable si se quiere mantener el peso estable, y para potenciar el correcto funcionamiento del sistema nervioso. Algo irritada, Atlama me preguntó si iba a estar toda la noche igual, por lo que opté por insistir una vez más en que me contara el caso que nos llevó hasta aquel insalubre lugar, de nuevo sin éxito. Siguió con sus anécdotas y ya no me atreví a interrumpirlas más.
Escasos segundos después de haber dado el último bocado al postre, el camarero se llevó todo lo que había sobre el mantel en una señal inequívoca de que, si no íbamos a consumir nada más, mejor nos largáramos a otro tugurio y dejáramos libre la mesa para que otros comensales pudieran disfrutar de su aborrecible comida.
¿Quieres tomar algo más? -le pregunté a Atlama.
Preferiría ir a otro sitio.
¿A dónde?
A su casa, Míster Food. ¿Le parece?
3. EL JINETE Y EL ELEFANTE; DOS CEREBROS EN UNO
Nuestro cerebro alberga dos sistemas independientes pero simultáneos que se relacionan y se influyen mutuamente. El primer sistema es emocional, intuitivo y subconsciente, y funciona a corto plazo; el segundo es racional, reflexivo y consciente y se centra más en el futuro. Lo ideal es que ambos sistemas converjan, tengan objetivos comunes y no entren en conflicto, porque cuando discrepan surgen los problemas. En una acertadísima y famosa analogía, el psicólogo Jonathan Haidt bautizó al sistema emocional como el elefante; un elefante impulsivo, vigoroso y de gran volumen; y al racional como el jinete; un jinete reflexivo y astuto a lomos del elefante, al que siempre quiere dirigir aunque no en pocas ocasiones acaba a su merced.
¿Por qué os cuento todo esto? Porque mi jinete ordenó a mi elefante que no hiciera caso a la sugerencia de Atlama por ser una cliente y que, como buen profesional, no podía acostarme con ella por muy apetecible que me pareciese la idea. Negocios y placer jamás deben mezclarse. Pero mi elefante se rebeló arguyendo que como no me había contado aún el caso, no se la podía considerar técnicamente mi cliente, lo que acabó por convencer al jinete de aceptar el nuevo rumbo hacia mi casa y bien acompañado. La razón justificó aquello con una excusa cuando mis emociones ya habían tomado previamente la decisión, y todo ello sucedió en menos de un segundo.
De tan desbocado que tenía al elefante, olvidé que Atlama debía pagar y me hice cargo de la exorbitante cuenta. A la salida del cuchitril, mis labios establecieron contacto con el dióxido de titanio y otros químicos de sus labios y, pese a las apariencias, me pareció delicioso. Luego subimos a un taxi rumbo a mi apartamento. Normalmente voy andando a todas partes; andar alarga la vida, estimula la creatividad y es nuestro modo de conocer, eso ya lo aplicaban los filósofos de la Antigua Grecia, y también ayuda a producir ciertas proteínas en los músculos y en el cerebro muy efectivas para reducir determinado tipo de inflamación y regular el metabolismo. Pero no me pareció adecuado sugerirle a Atlama la posibilidad de caminar hasta mi apartamento para seguir aumentando mis pasos diarios porque la pasión andaba desatada y mi elefante barritaba que me diera prisa y también porque sus tacones desaconsejaban cualquier trayecto largo. Aunque incluso un aumento modesto en los pasos diarios puede estar asociado con un menor riesgo de muerte, tampoco debe de ser sano obsesionarse en contar cada uno de ellos. Ese absurdo reloj inteligente que anotaba mis pasos fue otro regalo de otro cumpleaños de mi hermana secretaria que no acababa de entender mi estilo de vida, aunque lo intentaba. Me servía para saber la hora y poco más; lo llevaba por estética, su diseño me gustaba. El taxi nos dejó en la dirección indicada y, con las prisas, me volví a hacer cargo de la cuenta.
Ya en mi apartamento, fuimos directos a la cama. Tras una apasionada actividad amatoria, acabé exhausto y, pese a no haber realizado correctamente mi rutina de sueño, encadené ocho horas seguidas de descanso del tirón, algo por otra parte lógico teniendo en cuenta que los hombres experimentamos un aumento repentino de la hormona prolactina tras mantener relaciones sexuales lo que, sumado al ejercicio físico intenso inherente a la acción en sí, provoca una sensación de cansancio que induce a un sueño profundo y reparador. Paradójicamente, todo apunta a que las mujeres no tienen esa misma reacción al aumento de prolactina, a lo sumo experimentan un poco de somnolencia. Un detalle que debería haber tenido en cuenta pero que en ese momento se me pasó por alto.
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